“Todo en la vida podría mejorarse
Con la fiebre amorosa de los
cuerpos”
Juan Amado

Alberto Ruy Sánchez en sus novelas Los labios del agua y Los jardines secretos de Mogador, explora las infinitas formas del deseo a través de una "prosa de intensidades," una narrativa de ruptura que debe mucho a la poesía, la música, las artes plásticas, la arquitectura y el diseño gráfico.
En Los labios del agua, invita a sus lectores a acompañarle a su protagonista en el viaje que emprende para seguir las huellas del calígrafo árabe Aziz Al Gazali, fundador de Los Sonámbulos, una casta de hombres y mujeres para quienes el deseo es la brújula que orienta su destino. El lector que acepta la invitación a penetrar en el laberinto de este libro construido a base de manuscritos, tratados, cartas, cuadernos, poemas, caligrafías, sueños y recuerdos, entre otros artificios, debe abandonar las expectativas convencionales que se asocian con una estructura narrativa falocéntrica. En vez de seguir una línea rígida que desde la exposición anhela cumplirse en un clímax para anudar luego todos los hilos extraviados del texto en un desenlace nítido y limpio, por eso, la narrativa de este autor incita al lector impaciente a detenerse en la lectura, a prolongar su propio deseo y saciar momentáneamente su sed con las palabras que se derraman en la página como el agua de una fuente.
En este sentido, desde el título del primer capítulo, "Antes de que todo cambie, contar esta historia," se establece para el lector la premisa de que el acto de contar una historia constituye el eje de la novela, sin embargo, la prosa sensual de las páginas iníciales, le sugieren al lector que el placer va a ocupar un lugar privilegiado en su lectura, y por lo tanto, debe gozar primero y pensar después en las verdades sorprendentes que se esconden bajo la piel de esa prosa nocturna.
De este modo, las primeras imágenes de la novela despiertan los sentidos del lector, comenzando con el tacto: "La noche que guardas en la mano, la noche que abres para acariciarme, me cubre como un manto navegable," después la vista: "Voy hacia ti, lentamente. En la noche, el brillo de tus ojos me conduce," y entonces el oído: "La noche en el hueco de tus manos canta como el mar, con furia".
De pronto, el tono de la narración cambia, y un narrador, todavía anónimo para el lector, capta nuestra atención al confesar la razón por la cual escribe lo que estamos leyendo. Llegamos a saber que ha vivido nueve años con "una historia quemando-[se] la lengua," que ésta no es la primera vez que él ha intentado contarla, y que si no se apura, es posible que la historia se le escape como agua entre las manos. Entonces revela el nombre de su destinatario y los motivos que le incitan a escribirle: “Ahora de nuevo, quiero contar esta historia, pero esta vez para hablarte y tocarte con mis palabras, Maimuna, y con las de Aziz que he hecho mías. Cada parte de esta historia es como un azulejo distinto. Los combino para dibujarte la geometría de mis deseos, de mis búsquedas, de mi lucha contra el vacío”.
De hecho, en su búsqueda por Maimuna, por gozar otra vez del éxtasis amoroso que sintió cuando bailaron juntos y después hicieron el amor por primera vez, la imagen de su amada "se altera, se vuelve otra," o mejor dicho, otras. De allí, que la "geometría perfecta" de la espiral de deseo en que entra Juan Amado se basa en el número nueve. Maimuna le había enseñado en la pista de baile del Salón Veracruz que hay "nueve niveles de la escalera iluminada," nueve placeres que "conducen hacia esa sensación de tocar la luz, de convertirse en una flama que baila libremente". Aprendió con Maimuna que hacer el amor es como bailar con la luz, ascender por la espiral de deseo en círculos concéntricos que no tienen principio ni fin, como estar dentro de un mágico "Aleph" eterno e infinito.
En consecuencia, podemos afirmar que el recurso narrativo de la intertextualidad funciona como vasos comunicantes o cajas chinas que entrelazan los manuscritos ficticios de Aziz con varios libros de Alberto Ruy Sánchez, quien insiste en la importancia de la interioridad de la vida erótica en la dimensión de los sueños como un suceso delirante.
Así, los Sueños quedan próximos al poema erótico/místico, desde la pretensión del descubrimiento de lo femenino.
Ahora bien, en alusión a Mogador, una ciudad imaginaria, y nombre del antiguo puerto de Essaouira, la voz hipnótica del halaiquí, asegurándose de la sintonía entre los tres planos de la percepción, el corporal, el intelectual y el espiritual, mediante la invocación del número nueve, inicia la historia del viajero en busca de jardines, por el mágico espacio de la ciudad del deseo, representado en el impulso exótico y frutal con el que esta obra inventa paisajes, olores y microhistorias
Entonces, el jardín como símbolo es equiparable con la esfera de la naturaleza femenina,
y en Mogador, la imagen del jardín se convierte en la imagen misma de la mujer: «Cuando la conocí,..., fue como entrar de pronto en un jardín inesperado donde todas las cosas suceden de otra manera, donde la felicidad es tanta que uno quiere ya quedarse ahí para siempre.».
Por tanto, “Los jardines secretos de Mogador” es también una exploración del más ignorado y tal vez por esto más sorprendente erotismo: el de la mujer embarazada. Jassiba, una mujer capaz de extender sus piernas lentamente y hacer el amor con los rayos del sol. Adicionalmente, es el resultado de una necesidad muy personal de Alberto Ruy Sánchez, la de “buscar por el mundo esos lugares excepcionales donde la naturaleza se mezcla con la imaginación sensual, con frecuencia extravagante de algunos apasionados”.

Ciertamente la Espiral como símbolo de las dos novelas, y del deseo siempre renovado, es un elemento de gran importancia porque contiene todos los elementos de los jardines: el agua sobre la cual fluye el deseo en Los labios del agua, la tierra Mogador donde el deseo se busca, y busca su objeto; puesto que los personajes son llamados por un signo que nunca se precisa, pero al cual responden; todos son atraídos por la espiral del tropismo: es decir, la espiral de la atracción magnética de un lugar donde la sensualidad, nunca satisfecha, siempre nace o renace, donde el deseo no puede morir; en la medida que por ejemplo, en Los jardines secretos de Mogador, el amante le regala los poemas a Jassiba antes de hacerle el amor, como prueba de que ha aprendido a sentir lo invisible en lo visible y a tocar lo que no se puede sentir.
Por otra parte, y a través de la lectura se descubre que la ciudad de los jardines tiene cuerpo, un cuerpo peculiarmente sensible, natural, vivo, extremadamente sensual y conocerlo requiere extrema destreza sensorial, extremo refinamiento de percepción, intensísima capacidad de vivir al son de las vibraciones del sentir.
En otras palabras, el cuerpo de la mujer lleva, inscrito en la piel, un mapa, indicador de la dirección que hay que seguir y para cuyo acertado manejo se requieren las mismas habilidades: «Sus tatuajes formaban una asombrosa geometría, como el mapa perfecto de una ciudad ideal. Y me gustaba perderme minuciosamente en las callejuelas de la ciudad de su cuerpo.»
Por lo tanto, Mogador es el mundo de los secretos del eros, el jardín por excelencia de la exquisitez sensorial, el paraíso del cuerpo y del alma es, en todas sus ilustraciones poéticas, una ciudad, una mujer, un cuerpo, la suma de los sentidos, un viaje mediante el cual, Mogador se convierte en la metáfora más significativa del amor, la sensualidad y el deseo.
Finalmente cabe decir, que cada microhistoria involucra todos los sentidos. Así, el tacto está presente en la mujer que tiene la mano tatuada con jena. El oído en los instrumentos musicales del jardín de las ánimas que bailan, en el jardín de piedras al viento y en el canto de los grillos del jardín de voces. El olfato en la perfecta caja hecha de cedro y en las plantas que vende la mujer del jardín de lo invisible. La vista en los colores del arco iris del jardín de las flores y sus ecos. El gusto en la manzana que se menciona en la parte del jardín más íntimo y en las plantas que se alimentan de carne cruda.
De hecho, los elementos fundamentales de los alquimistas también están presentes. El fuego en las raíces y flores ardientes en el terreno del jardinero fascinado por las llamas y en la flor que busca al sol. El aire en los nueve vientos que por la mañana anuncian la salida del sol y que mueven al jardín de piedras. El agua que un hombre baja de las nubes por medio de una red en la historia del jardín de nubes. Y la tierra siempre presente a lo largo de toda la novela porque en ella nacen las plantas que originan los jardines. Además que todo Mogador es como una mítica mandrágora que se alimenta de semen, de lágrimas y de los sueños de los hombres.